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ABC: Monjes bajo sospecha

ABC: Monjes bajo sospecha

ABC, en el Tibet (II):



>> Para impedir otra revuelta independentista como la de 2008, el régimen chino coloca cámaras en los monasterios

 

Un grupo de monjes budistas reza en el monasterio de Sera, a las afueras de Lhasa - P. M. DÍEZ


PABLO M. DÍEZEnviado Especial A Lasha - 14/12/2015 a las 02:57:17h. - Act. a las 08:33:56h.

 

Entre las sombras que un agradable sol otoñal dibuja en sus túnicas al colarse por las ramas de los árboles, una treintena de monjes budistas rezan, sentados en la postura del loto, en el patio del monasterio de Sera, a las afueras de Lhasa. Embelesados con sus voces guturales, los campesinos que acuden a recibir sus bendiciones los escuchan agitando sus molinillos de oraciones y ataviados con ropajes tradicionales. Rodeados por los muros blancos del monasterio, levantado en el siglo XV, parecería una escena sacada de aquel entonces si no fuera por las cámaras de seguridad que los observan.

«Las instalaron hace cinco años para evitar robos e incendios, pero no sabemos cuántas hay ni si están conectadas con la Policía», explica a ABC el abad Lobsang Genzen algo azorado. Ante la presencia de los funcionarios chinos que acompañan a un grupo de periodistas extranjeros autorizados a viajar al Tíbet, entre ellos el corresponsal de ABC, cualquier referencia a la seguridad resulta incómoda en Sera, uno de los mayores focos de la revuelta por la independencia que, liderada por los monjes budistas, sacudió a esta región del Himalaya en marzo de 2008.

Junto a los monasterios de Ganden y Drepung, Sera alberga una de las principales universidades del budismo tibetano. Como su máxima autoridad religiosa, el Dalái Lama, vive exiliado en la India y es considerado un separatista por el autoritario régimen de Pekín, las autoridades vigilan estrechamente a los monjes y los adoctrinan para impedir protestas similares. Nada más entrar en la biblioteca, donde se guardan escrituras religiosas con más de mil años, la primera estantería luce un libro del presidente chino, Xi Jinping, junto a otras obras propagandísticas.

«Aquí tenemos más de 40.000 libros de todos los géneros, no solo de política», se excusa Lobsang Genzen, quien detalla el contenido de las clases que reciben los lamas. «El 60 por ciento son estudios religiosos y el resto asignaturas como tibetano, mandarín, inglés, matemáticas, historia y literatura» desgrana. Preguntado sobre la educación patriótica que el régimen impone en los monasterios, responde que «una o dos veces por semana tenemos clases de 40 minutos impartidas por profesores universitarios que nos enseñan la política del Gobierno, la Constitución y las leyes para protegernos».

Aunque asegura que «no hay charlas específicas contra el separatismo ni se menciona al Dalái Lama», aclara que «los profesores nos explican los beneficios que los monjes obtenemos del Gobierno, como la atención sanitaria y un pensión mensual de 500 yuanes (70 euros) después de cumplir 60 años o si enfermamos».

Del medio millar de monjes que quedan en Sera, donde hace décadas había más de 5.000, 120 estudian en su universidad bajo el riguroso control de las autoridades chinas. Además, la vigilancia ha aumentado sobre los 46.000 monjes registrados en el Tíbet tras la revuelta de 2008.

«Esos disturbios fueron provocados por la secta del Dalái Lama y organizados desde los grandes monasterios, pero también influyeron problemas como la falta de empleo y de viviendas», señala Qi Zhala, secretario local del Partido Comunista en Lhasa. Para impedir nuevos incidentes, explica que el Gobierno ha reforzado la seguridad.

La prosperidad no basta

Frente a la colonización china que denuncia el movimiento tibetano en el exilio, Pekín se defiende esgrimiendo el progreso económico y la modernización que ha traído a esta región, que hasta mediados del siglo pasado era una paupérrima teocracia feudal. «El Producto Interior Bruto (PIB) ha crecido 129 veces con respecto a 1951, cuando no había electricidad ni hospitales, y ahora tenemos carreteras, aeropuertos y modernas infraestructuras», argumenta el vicepresidente ejecutivo del Tíbet, Deng Xiaogang.

Pero ni siquiera esa prosperidad convence a muchos tibetanos, sobre todo por el control del régimen sobre la religión y la criminalización del venerado Dalái Lama. «Yo he estudiado y quiero la independencia, pero otros tibetanos no, porque se están beneficiando del crecimiento chino con negocios o asistiendo a las mejores universidades», razona un joven que oculta su nombre por miedo. Debido a esta división social, cree que «haría falta una guerra civil para lograr la independencia».

 

 

 

 

 

Data noticia: 
Dimarts, 15 Desembre, 2015
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